HISTORIA Y MITOLOGÍA

El firmamento no es únicamente lo visible de un Universo inalcanzable. El firmamento es el reflejo de lo que para muchas civilizaciones ha sido evidente a la vista pero desconocido, misterioso. Y no hay mejor aliento para echar a volar la fantasía que el propio desconocimiento. De aquí que los cuerpos del firmamento, siempre y en todas partes, hayan sido convertidos en aureolados entes protagonistas de rocambolescas leyendas, y muchos convertidos en dioses merecedores de culto que son dispensadores de beneficios o de desgracias.


EL SOL 
Mientras la mayoría de civilizaciones adoraban al dios Sol, hacedor de vida, muchas a la Luna y también a Venus, nacían y crecían leyendas y mitos. Estos astros eran elevados al panteón de los dioses supremos que tenían el poder de pasearse por el más sublime de los paisajes, el que lo envuelve todo: el cielo. En el antiguo Egipto, la diosa celeste era Nut, esposa de Gueb, la Tierra; todo el cielo era Nut, de horizonte a horizonte. Era tal su poder, que cada atardecer se comía a Ra (el dios solar por excelencia) para volver a parirlo al alba después de transcurrir la noche flanqueada por centenares de estrellas, vivas representaciones del ka y el ba de los mortales dignos. 

Entre los caldeos, el dios Anu llevaba al Sol recorriendo las cuatro regiones del cielo flanqueado por un ejército de estrellas. Era el dios supremo, responsable de la sabiduría, de la escritura, de la agricultura, y de la propia astronomía, que cedió parte de su poder a un dios más joven, Marduk. En Asiria el dios celeste era Nab, y en Sumeria, el dios de los cielos y la Tierra era Enlil, nada parecido a la beatífica Nut de los egipcios puesto que desbordaba una agresividad más propia de las tormentas que de la belleza y la paz del cielo.

En las civilizaciones precolombinas el Sol era, también, el dios supremo. Los aztecas tenían a Huitzilopochtli ("Colibrí del Sur") como dios del Sol y de la guerra, hijo de la diosa de la Tierra, Coatliucue, madre, también de la diosa de la Luna, Coyolxauhqui y de otros cuatrocientos hijos encarnados en otras tantas estrellas, que eran vencidos y humillados a cada amanecer por su hermano mayor Huitzilopochtli.

Algo parecido a las responsabilidades del caldeo Anu es lo que le sucedía a Itzamna, dios maya del día, que incentivaba y protegía a las ciencias, la escritura y el calendario. Todos eran dioses masculinos, claro reflejo de la supremacía machista en cada una de estas civilizaciones, supremacía de la que se desmarcaba Japón, cuyos días eran presididos por la luminosa diosa Amaterasu-Omikami ("La gran deidad que brilla en el cielo"), protectora de la humanidad.

La rica mitología griega nos muestra a un dios-Sol en un escenario majestuoso. Helios, hijo de Hyperión, preside e ilumina con su rostro radiante un palacio celeste de marfil, bien diferente del oscuro paisaje nocturno. Es la apertura de sus puertas lo que da luz al día entre el trajinar de sus hermanas Eos (la aurora) y Selene (la Luna). 

LOS PLANETAS 
Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno son planetas conocidos desde siempre. Su elevada luminosidad, igual o superior a la de las principales estrellas, ha llamado poderosamente la atención de todas las civilizaciones, que los han visto moverse de maneras muy particulares entre las estrellas. Mercurio y Venus, alternando sus épocas de visibilidad a ambos lados del Sol, y los restantes desplazándose por el firmamento con movimientos directos o retrógrados, de velocidades inconstantes, que resultaban inexplicables.
Venus es el astro más luminoso del firmamento después del Sol y de la Luna. Le sigue Júpiter y, en ciertas ocasiones, Marte. Bajo los cielos de la antigedad, exentos de contaminación, la presencia de estos astros, sus movimientos y sus relaciones mutuas o con otros astros destacados, junto con la propia ignorancia de su naturaleza, eran motivos más que sobrados para que fueran interpretados como deidades y para que se les atribuyeran efectos positivos o negativos para la humanidad. El estudio de sus movimientos y la necesidad de predecirlos para satisfacer estas creencias, dieron lugar en l a antigua Mesopotamia, hace seis mil aos, al nacimiento de la que hoy llamamos astronomía de posición. En realidad, así nació la verdadera ciencia astronómica en simbiosis con la meteorología y con la astrología, ya que en aquella época no se hacía distinción entre los fenómenos que suceden dentro de la atmósfera y los externos; y es evidente que muchos de estos fenómenos tienen una repercusión directa con la vida.
Mercurio era el mensajero de los dioses romanos (Hermes, el de los griegos), personificado en el planeta por ser el más inquieto, el que más rápido va de un lado a otro del Sol.
Venus era la diosa más bella del panteón romano (Afrodita, en el griego), y por ello es hasta cierto punto lógico que estuviera representada en los cielos a través de la más bella de las estrellas, ora de la maana, ora de la tarde.
Marte Marte, el planeta de marcado color rojizo, toma su nombre del dios de la guerra (Ares, su equivalente griego). Su luminar parece desprender destellos de ira, de color sangre, siempre dispuesto a iniciar la batalla contra cualquier otro de los fantasmas celestes.
Júpiter el dios supremo de Roma, dios de dioses, esparce jovialidad desde su trono en el Parnaso pese a que su iconografía lo muestra con expresiones graves, al igual a como el griego Zeus hacía desde el Olimpo. Aunque en época romana no era sabido, Júpiter puede ostentar con razón el honor de ser el Seor de los Cielos porque es, holgadamente, el mayor de todos los planetas. Sus cuatro satélites principales, o, Europa, Ganímedes y Calisto, son cuatro amantes del fogoso Zeus, quien no dudaba en repartir sus apetencias entre uno y otro sexo.
Saturno Saturno, como padre de los dioses, era el portador de la vejez, al igual como Cronos dirigía el paso de los tiempos. Engulló a sus hijos para que no fueran más importantes que él, del mismo modo a como el tiempo lo engulle todo. 


EL ZODÍACO 
La parcelación de la zona eclíptica en 12 "casas" parece ser un invento de los sacerdotes-astrónomos-astrólogos de la antigua Babilonia. Para determinar con precisión el movimiento de la Luna y los planetas, que siempre se desplazan dentro de una franja de pocos grados por encima y por debajo del camino del Sol (la eclíptica), dividieron a éste en 12 partes de 30 y, dentro de cada una de ellas, escogieron las tres estrellas más luminosas para utilizarlas de referencia. A partir de estas estrellas determinaban las posiciones, alcanzando precisiones de 6'. Es el mismo procedimiento que se sigue utilizando hoy día en astrometría, aunque con centenares de miles de estrellas.
Los babilonios o sus predecesores fueron los creadores de las constelaciones tal como las concebimos hoy, agrupaciones de estrellas más o menos luminosas cuyos esquemas ofrecían alguna similitud con animales o con alguno de los personajes de sus mitos. Con origen en la primera época babilónica son: el Toro, los Gemelos, el Rinoceronte (ahora Unicornio), el Escorpión, el Sagitario, la Virgen, el Capricornio, el guila, el León, la Hidra, el Pez Austral, el Lobo y el Cuervo. Algunas de esta figuras corresponden a la zona zodiacal, de manera que coinciden aproximadamente con las "casas", aunque algunas de ellas, como el Escorpión y el León, eran, originariamente, más grandes, con más estrellas, y luego fueron divididas.
 (el Cangrejo). En la época babilónica se consideraba a esta región celeste como un vací
La transmisión de conocimientos llegó a Grecia y, desde allí, a nuestros días. Por eso la mayoría de las 12 constelaciones zodiacales actuales perduran desde hace cuatro mil aos, aunque revestidas de las leyendas griegas. Hoy, por norma de la Unión Astronómica Internacional, tienen su nomenclatura en latín.
Aries (el Cordero). Según unos era el vellocino de oro que, de acuerdo con el mito de los Argonautas, fue inmolado a Zeus y transportado al cielo por éste. Según otros era la cabra Amaltea, aunque a ésta también se la representa con la constelación de Capricornus.
Taurus (el Toro). Podría asociarse al toro en el que se transformó Zeus para raptar a Europa. Sin embargo, lo que resulta más evidente es que el Toro se encara al gigante Orión para defender a las Pléyades, frágiles y bellas ninfas ascendidas al cielo tras su desgraciada muerte.
Gèminis (los Gemelos). El nombre de la constelación evoca a los gemelos Cástor y Polux, hijos de Zeus y de Leda y hermanos de Elena de Troya. Protectores de grandes gestas, fueron capaces de aplacar la tempestad que estaba a punto de hacer naufragar al navío Argos.Cáncero por el que descendían las almas del más allá para asociarse a los cuerpos. Realmente, hay en ella pocas estrellas destacadas. Es el cangrejo que Hera lanzó contra Heracles cuando éste luchaba con la hidra; al pobre cangrejo lo mató luego Iolao, el sobrino de Heracles, quien acudió a ayudarle en el combate. En la cartografía celeste no está claro de si se trata de un cangrejo de río o de mar, motivo por el cual a veces es representado de forma alargada (de río) o circular (de mar). 
Leo (el León), es una de las pocas constelaciones cuyas estrellas principales pueden llegar a identificarse con la forma del animal que representan. Su estrella más luminosa fue bautizada por Copérnico como Regulus ("Reyezuelo"), aunque esta atribución real ya venía de antiguo. Plinio la llamaba "estrella real", pero para los babilónicos era "El Rey". Los griegos veían en la constelación al león de Nemea, muerto por el incansable Heracles.
Virgo (la Virgen). Desde la más remota antigüedad se asocia a una doncella que lleva en la mano un haz de espigas (su estrella principal es Spica, "La Espiga"). Partiendo de esa idea, cada civilización le ha atribuido el personaje que más le ha interesado. En Egipto era la diosa Isis, entre los grecorromanos fue Ceres o Perséfone. También pudo ser Herigoné, recompensada con su ascenso a los cielos por su amor filial, e incluso Astrea, la diosa de la justicia, según otros, en cuyo caso la tendríamos en el cielo por partida doble.
Libra(la Balanza). La balanza ha sido siempre, y sigue siendo, el símbolo de la equidad y la justicia, exhibido, en este caso, por la diosa Astrea, hija de Zeus y Temis, que reinó en la Tierra pero que acabó huyendo a los cielos (donde permanece) escandalizada por los crímenes de los hombres. Antes de la época griega, esta constelación no existía. Sus estrellas eran una extensión de la pinza del escorpión.
Scorpius (el Escorpión). Orión, pese a su gigantesca figura y a su tono amenazador, acabó siendo vencido por la picadura de un minúsculo escorpión. El animalillo actuó por orden de la diosa Artemisa y ésta, para recompensarlo, lo subió al cielo, como se solía hacer.
Sagittarius (el Sagitario o Arquero). El nombre de la constelación tiene su origen en la disposición de varias de sus estrellas que recuerda un arco con una flecha a punto de disparar. Luego se convirtió en un centauro, ser fantástico mitad caballo y mitad hombre, provisto de un arco y dispuesto a disparar su flecha contra el escorpión. No debe confundirse con la constelación austral de Centaurus (el Centauro), otro arquero mítico que ataca al Lobo.
Capricornus (el Capricornio). En la época babilónica era un rinoceronte, animal abundante en las regiones del Eufrates y del Tigris. Del cuerno del rinoceronte se pasó a la cabra de largo y único cuerno, aunque, para complicarlo más, el animal tenía cola de pez. Era la cabra Amaltea, nodriza de Zeus. Macrobio (siglo V d.C) atribuyó la simbología a que el Sol, después de alcanzar su punto más bajo en el firmamento, debía trepar por la eclíptica tal como una cabra lo hace por el monte.
Aquarius (el Acuario o Aguador). Se trata de un hombre que mediante una vasija vierte agua a la boca del Pez Austral, donde se halla la brillante estrella Fomalhaut. Según unos era Ganímedes el encargado de distribuir el agua en los cielos, pero según otros el responsable de hacerlo era Aristeo, el padre de Acteón.
Piscis (los Peces). La diosa Afrodita y su hijo Eros eran perseguidos por Tifón, pero dos peces los cogieron en volandas y los llevaron a salvo, lejos del Eufrates. Naturalmente, fueron recompensados con su ascenso a los cielos. Se los representa invertidos (uno mirando a un lado y otro hacia el otro), atados los dos por la cola mediante una cuerda o unidos de boca a boca mediante un sedal.


TRES BELLAS LEYENDASQueda claro que la mayoría de personajes, animales e incluso objetos que tienen su representación en las constelaciones, fueron lanzados allá por algún u otro motivo, generalmente para ser recompensados tras una gesta gloriosa realizada en este depravado mundo. Los relatos son muchos, y algunos se enlazan entre ellos. De otros hay varias versiones, con distintos comienzos o distintos finales. La Mitología celeste es extraordinariamente rica e imaginativa. Como muestra ofrecemos tres relatos, todos ellos con el consabido final del ascenso a los cielos.

Las Pléyades
El cúmulo abierto de las Pléyades, en la constelación del Toro, muestra a simple vista entre 6 y 9 estrellas, dependiendo de la transparencia del cielo y de la agudeza visual del observador. La Mitología griega nos explica que las Pléyades eran siete jóvenes ninfas (diosas de la Naturaleza), hijas de Atlas y Pleyone: Maya, Electra, Taygeta, Alcyone, Celaeno, Asterope y Merope. Todas se casaron con dioses, excepto Merope que lo hizo con un plebeyo, por cuyo motivo se oculta, avergonzada, y casi nunca es visible.
Tenían unas hermanas, las Hyades, que fallecieron de tristeza a causa de la muerte de otro hermano, Hyante. Y no pudiendo resistir el dolor de tan macabro acontecimiento, las Pléyades se suicidaron. Entonces los demás dioses las ascendieron al cielo, colocando ambos grupos cerca uno de otro.

Corona Borealis

La constelación de la Corona Boreal tiene su origen en una de las varias versiones que hay del mito de Ariadna, diosa de Grecia.
En Creta, encerrado en el Laberinto, habitaba el monstruo divino Minotauro, al que el dios Minos debía alimentar anualmente con 14 jóvenes de Atenas (siete varones y siete mujeres). Teseo se ofreció voluntario con la intención de acabar con el Minotauro y liberar así a los atenienses. Cuando llegó a Creta, la diosa Ariadna se enamoró de él y le proporcionó los medios que precisaba para matar al monstruo, más un rodete de hilo para extenderlo por el Laberinto a fin de tener luego una guía para la salida. Teseo venció y, al regresar a Atenas, se llevó consigo a Ariadna. En el trayecto hicieron un alto en la playa de Naxos, en la cual Ariadna se quedó dormida mientras Teseo permanecía en el navío.
En esta situación, Teseo recibió una orden de la diosa Minerva para que de inmediato zarpara en dirección a Atenas, con lo cual Ariadna quedó abandonada en Naxos, presa de desconsuelo. Acudió en su ayuda la diosa del amor, Afrodita, proponiéndole su boda con Baco, el dios del vino y del delirio. ste le regaló una corona de oro y pedrería forjada por Vulcano, pero Ariadna, profundamente enamorada de Teseo, no pudo soportar el ofrecimiento y se suicidó.
Baco, al verla muerta, cogió su corona y la lanzó a los cielos a fin de perpetuar su memoria. Desde entonces las perlas de la corona son las estrellas de la Corona Boreal.

Coma Berenices

La sutil constelación de la Corona de Berenice tiene una leyenda basada, en su principio, en un hecho real:
El faraón egipcio Ptolomeo III vergetes I (246-222 a.C) había esposado con Berenice II de Cirene cuanto tuvo que entablar batalla contra los seléucidas. Su esposa, dotada de una hermosa cabellera trenzada y dorada, prometió cortársela y entregarla al templo de la diosa Afrodita si su esposo regresaba sano y salvo.
Como sea que el esposo llegó victorioso, Berenice se cortó la cabellera y la entregó ceremoniosamente al templo. Sucedió que durante una noche alguien la robó y, al saberlo, Ptolomeo III montó en cólera, queriendo matar a todos. Para apaciguarlo, el astrónomo Conon de Samos, que por lo visto se hallaba de paso en la corte, hizo salir al aire libre al faraón y le mostró en el firmamento el conjunto de estrellas en que se había convertido la cabellera, dejando eterna constancia del agradecimiento de Berenice a la diosa Afrodita.







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